Optimismo

Mal empezamos cuando el optimismo se entiende como una visión maquillada de todas las cosas. Si alguien lo ve siempre «todo perfecto» no tiene una visión optimista, tiene una visión de negación de la realidad. Es una opción claro, pero en la mayoría de las ocasiones la realidad no es blanca o negra, sino gris, además un gris con muchos matices. Es un terreno más pantanoso y menos etiquetable, por ello a veces asusta, y se mira para otro lado.

Así entonces, cuando desde la Psicología Positiva, se alienta a adoptar actitudes positivas ante la vida, se refiere al POSITIVISMO REALISTA. Es el que muy acertadamente define Rojas Marcos (1): «los optimistas son personas que esperan que les vayan bien las cosas y se predisponen a ello» (…) «el optimismo no está reñido con la aceptación de los problemas reales o los aspectos negativos de una situación desafortunada», pero esta aceptación, para que sea positiva, tiene que ir acompañada de los intentos para resolver el problema o mejorar la situación.

Palabras clave de la actitud optimista: a) predisposición, b) aceptación, c) intención de afrontamiento.

Por otra parte, el exceso de optimismo también tiene algún efecto secundario, como el que señala el mismo autor: vivimos en un mundo en el que todo se nos ofrece como deseable y además siempre tenemos la sensación de que se nos exige ser «perfectos en todos los sentidos» (algún día hablaré sobre ello). El peligro es que ello puede conllevar a un estado crónico de insatisfacción y decepción con uno mismo.

Conclusión: optimismo sí, pero en la justa medida (como todo).

(1) ROJAS MARCOS, L. La fuerza del optimismo. Punto de Lectura, Madrid, 2006.